lunes, 4 de enero de 2010

El escritor

El hombre no dejaba de escribir notas. Ariadna se puso de puntillas para leer lo que escribía, y descubrió que no era capaz de descifrar la letra.
-¿Cómo te llamas?- le preguntó el hombre.
-Ariadna- contestó ella. Podría haber añadido un educado "¿Y usted?", pero lo cierto es que no le interesaba la respuesta, además de que el hombre no parecía estar esperando que formulara la pregunta.
-Nombre de gata- observó el hombre.
La niña tuvo que morderse la lengua para no contradecirle. ¿Ariadna, nombre de gata? Si se hubiese llamado Ágata, Lía o Luna, aquella observación habría tenido sentido. Pero... ¿Ariadna? Decidió pasarlo por alto.
-¿Qué es lo que escribe?- le preguntó. Pero el hombre no parecía haber dado por finalizado el tema anterior.
-No estás de acuerdo, ¿verdad?- por un momento Ariadna no supo de qué le estaba hablando-. Bueno, lo cierto es que no es un nombre sobre el que se suela decir eso. ¿Habrías preferido que te preguntase por Teseo? Lo cierto es que tengo una gata que se llama Ariadna. Por eso lo decía.
Ariadna guardó silencio un momento. Aún sentía curiosidad por lo que escribía el hombre, pero le pareció inadecuado volver a mencionarlo. Así que le siguió la corriente.
-¿Le gusta la mitología?- le preguntó.
-En realidad, no es un tema que me interese demasiado. Si quieres hablar de eso, mejor vete a ver a Nausícaa. Es ella quien le dio nombre a la gata.
-¿A usted no le gusta mi nombre?- inquirió la niña.
El hombre cambió el peso del cuerpo de una pierna a la otra. Ariadna no lo notó. Estaba demasiado concentrada en el hecho de que no dejara de escribir ni un momento.
-Como si eso importase- replicó él-. Nausícaa es quien decide esas cosas. Yo sólo escribo.
Ariadna, con los ojos brillantes, se enderezó de pronto, dispuesta a aferrarse a aquella frase del hombre.
-¿Y qué es lo que escribe?- pronunció cada palabra con emoción contenida, como si la respuesta fuera determinante en su vida.
-Eres muy curiosa, niña- Ariadna relajó su cuerpo, decepcionada por la respuesta-. No escribo nada que ati pueda interesarte. Cosas de aquí y allá. Sucesos.
-¿Qué clase de sucesos?-insistió ella.
-Te interesa, vaya. Qué molestia. Qué curiosa- Ariadna empezaba a sentirse incómoda-. Pues verás. Escribo todo lo que me sucede. Toda mi vida.
-Pero eso es imposible- objetó la niña-. No escribe y vive a la misma velocidad. Debe de ir muy atrasado. Además, si escribe sobre su vida entera, nunca podrá pararse a leerlo.
-Qué pesada. Qué molestia- el hombre parecía estar enfadándose ahora- Precisamente por eso quiero que te vayas ya. Para no ir atrasado, necesito que en ciertos momentos de mi vida no pase nada. Y en cuanto a leerlo, no me interesa. ¿Para qué lo iba a leer, si yo ya sé lo que cuenta? Tendrán que leerlo otros. Es de lógica.
Ariadna comprendió que era mejor no discutir.
-¿Por dónde voy ahora?- le preguntó.
-Eso depende. ¿Adónde quieres ir?
-Me da igual. A algún otro sitio.
-Entonces, no importa por dónde vayas. Llegarás a algún lugar que no sea este.
Ariadna comprendió que tenía razón.
-Gracias- le dijo-. Le deseo que tenga tiempo suficiente sin que pase nada para escribir todo lo que le ha pasado.
-De nada. Yo te deseo que llegues a algún otro sitio.
"Menuda tontería", pensó Ariadna. "Si me voy de aquí, llegaré a algún otro sitio". Y tras esto, se dirigió a la puerta naranja y pasó al otro lado. Cuál fue su sorpresa al encontrarse en una habitación totalmente igual, con un hombre exactamente igual al anterior escribiendo notas en un cuaderno.