viernes, 14 de diciembre de 2012

El sueño


El viento, león enardecido, rugía con fuerza en las calles, golpeando ventanas, puertas y tejados, removiendo hojas y ramas, dejando pequeñas e imperceptibles lágrimas de lluvia allá donde pisaba. Parecía una señal de la naturaleza, la voz de un cambio inminente, violento y furioso. La joven, guarnecida entre sus mantas, no podía sentir su fuerza en las mejillas, pero no le costaba demasiado imaginarlo. Tendida en la cama, lo escuchaba en silencio, sus quejas y sus gritos, expresados con rabia e incluso algo de histeria. Parecía algo egoísta que se comportara de tal forma, pero no había mucho que hacer al respecto.
Abrió los ojos. En la penumbra, apenas podía distinguir unos cuantos bultos, muebles colocados aquí y allá, un poco de cualquier manera y al mismo tiempo, parecía, de forma estratégica. Pequeñas gotas de luz se colaban por su ventana. Era una luz plateada, de cielo encapotado, de sol al que se le ha prohibido acariciar una piel. Era una luz triste, pensaba ella, acompañada, junto con el viento, de aquellas lágrimas de lluvia, todo un conjunto de efectos que parecían expresar un profundo dolor. Pero la joven no entendía a qué se debía aquel llanto.
Cerró los ojos un momento, aún adormilada, y volvió a abrirlos. Por lo demás, no se movió ni un milímetro. Parecía, incluso, que no respirara. Tenía una sensación extraña, una suerte de opresión en el pecho y tirantez en el estómago, un nerviosismo insólito que no tenía razón ni sentido, pero que no podía evitar. Pensó en volver a cerrar los ojos, en darse media vuelta y seguir durmiendo, en recuperar lo que había perdido. Pero no lo hizo, porque, comprendió, ya no podría recuperarlo. Permaneció, pues, tal como estaba, inmóvil y en tensión, como quien se prepara para un peligro que, si bien no puede percibir, sabe que atacará en cualquier momento. Sin embargo, a excepción del frustrado viento de las calles, todo estaba tranquilo.
Había tenido un sueño, y había sido un sueño extraño. En el sueño ella era hermosa, suave y delicada, elegante, como un hada o una elfa. Se sentía la reina del mundo. En el sueño, al sol se le permitía acariciarle las mejillas, y el viento no era más que un suave céfiro juguetón, una dulce brisilla que removía sus cabellos. Y ella relucía como una estrella. Y el mundo era suyo, acomodado a sus necesidades y caprichos, rendido a sus pies. Y se sentía poderosa como una hechicera, como una reina.
Las comisuras de sus labios se elevaron un momento, en una minúscula sonrisa. Tal vez, en la euforia de su recuerdo, estaba exagerando las cosas. Había algo en aquel mundo que, si bien como el resto estaba a su servicio, también estaba, de alguna forma, a su mismo nivel. Una persona por la que vivir todo aquello había merecido la pena, aquel al que ella quería recuperar.
Cuando había comenzado el sueño, se había sentido perdida, torpe. No obstante, había sabido mantener su sonrisa, tal vez porque algo le decía lo que vendría luego. Había sido capaz de ascender hasta la cúpula celeste, aunque tan solo hubiera sido un instante. A su vuelta a tierra, algo había cambiado. Podía sentirlo en el sol, en la luz y en el aire. A su vuelta a tierra, él había aparecido, un hombre con tacto de nube y olor a vapor cálido. No era, sin embargo, una figura etérea, sino alguien perfectamente sólido, alguien que podía tocar y ser tocado, que había acariciado su mejilla con más cuidado que el sol y que la había arropado entre sus brazos con la firmeza de la tierra, susurrándole que no se fuera, que dónde había estado, que él la seguiría por siempre. Y se había sentido única, especial, maravillosa, capaz de hacer feliz al mundo, de pintarlo con colores nunca vistos y perfumarlo con esencias desconocidas.
Después, el sueño había terminado, ella se había desvanecido sin más y la oscuridad fría y pegajosa de su habitación la había envuelto con divertida malicia. Se resistió un rato más antes de aceptar aquella realidad aplastante y abrumadora, mientras el viento golpeaba su ventana cada vez con más fuerza. La llamaba, y ella debía responder. Finalmente, reconstruidas sus dos cárceles, la externa que la acosaba y la interna que la protegía, se incorporó y apartó las sábanas. Una vez más, estaba preparada para arrostrar su vida.


En algún rincón del mundo, alguien se despertó con un estremecimiento. Alguien que había soñado con ella.

sábado, 25 de agosto de 2012

Tiempo

Avanza el tiempo, constante, sin pausa. Un segundo, y otro, y otro. Siempre igual y siempre distinto. ¿Para alguna vez? Sí, pero finge que no para que no pensemos en ello. Sólo para cuando necesita aliento, y luego continúa como si nunca se hubiera detenido. Y entonces, de pronto, lo veo pasar y pienso: "¿Cuándo diste un salto tan grande?"
Avanza el tiempo, constante, sin pausa. Un segundo, y otro, y otro. Pero el tiempo es mudo. Es un gigante mudo que nos come poco a poco, cuando no miramos,un titán embravecido y al tiempo, un pequeño insecto, tan silencioso como letal. Se esconde en relojes impíos, y en arrugas y en lágrimas, y en recién nacidos. Tiene una risa tétrica que nunca oímos, un pequeño tintineo en tonos graves; nos zumba en los oídos y se calla cuando nos damos cuenta, aguanta la respiración hasta que nos distraemos un momento y entonces vuelve a la carga.
Es curioso ese pequeño diablillo, a quien miramos de niños con expresión de deseo. Luego, cuando se quita su máscara de payaso y convierte los caramelos que ofrecía en cucarachas, queremos volver atrás, pero ya es tarde. Ya nos tiene en sus brazos, nos acuna y nos duerme con sus nanas, nos dice que si no pensamos mucho en él no nos hará sufrir.
Cuando el tiempo está aburrido de nosotros, nos va tolerando con sus suspiros, que nos endurecen y blanquean lentamente, y cuando no puede más nos coge y nos guarda en su caja fuerte, junto con tantos otros que vivieron el mismo destino y corrieron la misma suerte.
Y entre nosotros, el ciego envidia al tuerto, y el que se hace amigo del tiempo sufre más que todos. Los amigos del tiempo somos aquellos que, al ver que el tiempo no se aleja de nosotros, decidimos dar el primer paso en la distancia. Un primer paso absurdo, pues nosotros ni siquiera tenemos escapatoria. Estamos más en sus brazos que ninguno.

viernes, 24 de agosto de 2012

Desierto

Cuando te hayas ido
volveré buscando los despojos
que en el suelo dejaste,
cuidadosamente esparcidos.

No quemaré esos rastrojos
que más tarde el tiempo llevará;
guardaré
en secreto enterrado el pensamiento
de un anhelo que me embota los sentidos.

Y cuando apenas quede el olvido frío,
vasto, macabro, desnudo,
recogeré los vestigios que resten
de aquello que una vez quiso ser
y no pudo.

viernes, 2 de marzo de 2012

Tras los escombros

Y se limpió de todo. Se vació los oídos, los ojos, la boca y la lengua. Se deshizo de su cabeza y deshizo su corazón. Y cuando ya no le quedaba nada dentro, siquiera la comprensión o el recuerdo del por qué de sus acciones, se quedó quieto, inerte, como muerto, sin que nada pudiera hacerlo reaccionar.
Pero no estaba muerto. Como un brote en un terreno quemado, asomó tímidamente un sentimiento en su interior: miedo. Lentamente pero con decisión, el brote comenzó a crecer, a desarrollarse, y para protegerlo, construyó un muro a su alrededor. Aislándolo. Y allí permaneció él, muy quieto, sintiendo ese miedo que lo rodeaba, sin saber el por qué de aquel muro de espinas que lo mantenía paralizado. El por qué del miedo.
Entonces, como muere una enredadera, secándose y cayéndose sus hojas y volviéndose rígido y quebradizo su tallo, el muro comenzó a desmoronarse. Y el miedo se tornó en tristeza, en deseo. En anhelo. Y con cierta inquietud, vacilando, recogió las hojas secas y los tallos quebrados. Y prendió fuego a las ruinas del muro, guardando en una cajita las cenizas como una advertencia. Para no olvidarse.
Y cuando al amanecer el sol le acarició las mejillas, envolviéndolo en un cariñoso abrazo, decidió salir a sonreír al mundo. Comenzaba un nuevo ciclo.

domingo, 12 de febrero de 2012

Trazos

El pincel se deslizaba con decisión sobre el papel, creando líneas que, sin quererlo, sugerían formas en insinuante movimiento. Apenas cuatro curvas representaban una joven bailarina, que se movía sin moverse en una suave danza creada por la mente de sus espectadores. Arriba, en el cielo, una hermosa luna redonda asomaba por entre las nubes, difuminadas y extendidas. En tierra, junto a la joven, los restos de una hoguera, con sus hilos de humo mirando hacia lo alto, como un enamorado al pie del balcón de su dama, deseando fervientemente unirse a ella. Casi podía oírse, a lo lejos, el aullido nostálgico del lobo, un lobo gris y enorme, un lobo hambriento, quizá de semanas, separado tal vez de su manada. Un lobo al que atraía el olor del fuego apagado, la fragancia del pelo de una joven en un dibujo, apenas cuatro curvas que sugerían formas en insinuante movimiento. Un pincel que de pronto decide acabar con la imaginación de quien observa la obra, la pintura absorbida por el papel, borrando las huellas de la bailarina, con su luna, su danza, su fuego y su lobo. Unas manos que recogen el papel, lo arrugan, lo destrozan y lo arrojan al fuego de una hoguera, un fuego vivo que crepita, cuyos hilos de humo sí ascienden por una chimenea al cielo, para unirse con pasión a sus damas, nubes difuminadas y extendidas semiocultando una tímida luna redonda.